viernes, 10 de septiembre de 2010

Gladys Marin...


Hija de campesinos, profesora, tres veces diputada y secretaria general del Partido Comunista; la historia de la vida de Gladys Marín está llena de valentía, coraje y consecuencia. 
La Nación

En los brazos de su abuela, Gladys Marín llegó al mundo el 16 de julio de 1941 en el pequeño pueblo de Curepto de la Séptima Región. Su madre era la joven profesora –hoy de 89 años- Adriana Millie y el padre el ladino campesino Heraclio Marín, que doblaba en edad a su mujer y odiaba cualquier sistema de anticoncepción.
Por ello no fue extraño que un día -cuando ella tenía sólo tres años- Heraclio se marchara para no regresar. Sólo lo volvió a ver, años después, descansando en un oscuro féretro. “Era aventurero y putamadre” decía la Gladys cuando aseguraba además que creía haber heredado buena parte del espíritu de su progenitor, aunque, en sus propias palabras, después su marido Jorge Muñoz la “civilizó”.
Junto a su madre y sus tres hermanas se trasladaron a la cercana localidad de Sarmiento y luego a Talagante. A pesar de la precariedad económica en que vivían, ella tiene recuerdos de una feliz infancia. “Vivíamos en una casita chiquitita, pero muy linda, del Servicio de Seguro Social. Había una tina y los sábados nos bañábamos con agua caliente”, rememoraba la dirigente en su libro testimonio “La vida es hoy”.
Era casi una preadolescente cuando, junto a sus hermanas, viajó a Santiago para ingresar a la Escuela Normal. Obtuvo buenas calificaciones, pero se destacó por rebelde e indisciplinada -“a varias niñas les prohibían juntarse conmigo”-, además de desordenada y cigarrera diría.
En esa época fue elegida delegada de curso e ingresó a la Juventud Obrera Católica (JOC), y pronto se sumó a las movilizaciones estudiantiles para exigir una rebaja al pasaje escolar. “El encuentro y las conversaciones con jóvenes de otros liceos significó en mí un profundo cambio”, que culminó con su ingresó a las Juventudes Comunistas en 1958. Allí conoció mucha gente “valiosa y sencilla” como el ‘Cojo’ Díaz, un quiosquero que fue mi maestro y me habló de Luis Emilio Recabarren, del Presidente Pedro Aguirre Cerda y su ministro de salud, Salvador Allende” nos diría hace un tiempo la mujer de corazón rojo.
En ese tiempo, el PC retornaba de la clandestinidad impuesta por la Ley de Defensa de la Democracia -“la ley maldita”- dictada por el Presidente Gabriel González Videla. Allende levantaba su segunda candidatura presidencial y ella se sumó a su campaña: “Nací allendista a la vida política”.

En la sede de la Jota conoció y enamoró a Jorge Muñoz, un ingeniero en minas de gustos más refinados que ella: “Me bajó del monte y me hizo poner medias de nylon, a mí que siempre andaba a pierna pelá”. Con él se casó el 4 de abril de 1960.
Impulsada por su ímpetu avasallador escaló posiciones. La tercera candidatura de Allende en 1964 la encontró instalada en el comité central de las JJ.CC. La nueva derrota no la amilanó. “Había un movimiento, un propósito, un destino y un líder”, dice Marín en su testimonio y dedica largos párrafos a su admiración por la figura del extinto Presidente.
Al año siguiente, gracias a su verbo brioso y su energía inagotable, ingresó por primera vez una minifalda al Parlamento. Representantes de todas las tendencias alcanzaron un acuerdo unánime: la joven diputada tiene las mejores piernas del Congreso.
Desde ese cargo defendió al gobierno de Eduardo Frei cuando fue amenazado por el general Roberto Viaux y el Regimiento Tacna en 1969. También apoyó la cuarta postulación de Allende a La Moneda y participó a concho durante los mil días de gobierno de la Unidad Popular. “Fueron años hermosos…”, que terminaron violentamente.
LA NOCHE
“Se vino la noche”. Así titula el capítulo del libro donde la Pasionaria chilena critica la decisión de “repliegue” del PC, que “asume la derrota” poco antes del inminente golpe militar. “Esa orden me crea la contradicción más grande de mi vida (…) Habíamos sido educados para dar la vida por el gobierno popular”, afirma.
En la mañana del 11 de septiembre de 1973, poco después de que Allende hablara por Radio Magallanes -cuando ya silbaban las balas-, la secretaria general de la Jota llamó a resistir a través de la misma emisora: “Cada cual en su puesto de combate (…) mantener la moral en alto (…) defenderemos lo que el pueblo ha conquistado”. No muchos la escucharon.
Se ocultó en múltiples casas amigas. En una de ellas, a fines de septiembre, un grito la despertó: “¡¡Vienen los milicos, colócate la peluca!!”. Se escondió en el dormitorio principal, junto a la cuna de una guagua. En el primer piso golpearon duro al anfitrión. Su mujer gritó que subieran. “Por debajo de la cama vi las piernas de un mastodonte de uniforme”. Miró, abrió el closet y no la vio. “Me salvó el angelito que lloraba”.
El PC le ordenó asilarse. Aceptó a regañadientes e ingresó a la embajada de Holanda. Desde ahí vio a su marido por última vez. En julio del ‘74 salió al exilio y su vida se volvió “un viaje permanente” denunciando al régimen militar en foros y tratando de “unir de nuevo los corazones y las voces de un pueblo desangrado”.
Entre mítines y reuniones, cuando estaba en Costa Rica en 1976, se enteró de la detención de su marido y de la dirección del PC en calle Conferencia. Nunca más supo de él. “No hay nada peor que la incertidumbre”. Los hijos permanecen al cuidado de los abuelos y de Marta Friz, una amiga de infancia.
GOLPE A GOLPE
Nuevos golpes represivos descabezan a su partido. Hay temor de asumir cargos importantes. Los pocos que se atreven organizaron el apoyo a la Operación Retorno. Gladys Marín decidió regresar y nadie la sacó de su porfía. Tras la caída de dos comisiones políticas completas, se consideraba “una locura, un suicidio”, levantar una nueva dirección en el interior.
A principios de 1978 ingresó a Chile a través de Mendoza, con pasaporte español, postizos para verse más gorda, la cara transformada y un pensamiento en la cabeza: “No puedo caer”.
Sumergida en la clandestinidad estuvo hasta 1990, tiempo en que salió y regresó varias veces con diversas actas de nacimiento y múltiples personalidades. Al hacerlo por Bolivia, casi la mata la puna.
Muchas anécdotas conserva de esos años. Asegura que durmió en una casa contigua a la de Pinochet; que estuvo muy cerca de la matanza de jóvenes miristas en la calle Fuenteovejuna; que alojó con los vecinos de su hermana sin que ella supiera; que se encontró con el almirante Merino y su dispositivo de seguridad en un negocio en el sur; que buscando al secuestrado comandante Carreño, la CNI allanó la casa donde estaba reunida junto a la dirección del PC… Pero nunca se juntó con sus hijos, Álvaro y Rodrigo. Sólo los miraba de lejos: “Una vez seguí a Rodrigo, me impresionó verlo tan alto y bonito”.
En 1987 sus muchachos le enviaron un ultimátum con su amiga Marta: “Nos vemos ahora o no nos vemos nunca más”. Se juntaron “15 hermosos días” en Bariloche y al principio ella no sabía reconocer quién era Alvaro y quién Rodrigo.
REBELIÓN POPULAR
Desde la clandestinidad, el “equipo interior” resolvió que no bastaba sobrevivir y había que pasar a la ofensiva. En 1980, Marín viajó a Moscú y convenció a la dirección externa sobre la necesidad de impulsar la Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM) y contó con el apoyo del Círculo de Leipzig, un grupo de intelectuales arraigados en la RDA.
Cuando Luis Corvalán respaldó la idea por Radio Moscú, “cambió radicalmente el ánimo de todos” y comenzaron las primeras barricadas y manifestaciones masivas. “El pueblo se convenció de que contra la dictadura se puede”, asegura Marín convencida que fue la mejor decisión del momento. “Sumó los deseos de las mayorías de luchar por derrotar a la dictadura y terminar con el crimen y el terror paralizante”.
Los detractores de Gladys Marín afirman que utilizó la PRPM, que rigió al PC durante toda la década de los ‘80, para asumir el control completo del partido instalando a gente cercana a ella en los cargos dirigentes y dejando de lado a los históricos.
Los cuadros militares regresaron para respaldar con acciones más audaces la rebelión popular. Luego crearon el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), que incorporó “el elemento fuerza a la lucha contra la dictadura” y la idea del “legítimo derecho a rebelión”, que gana un importante espacio entre los opositores a Pinochet.
Por ello, sin titubeos, respaldó la internación de armas por Carrizal Bajo y el intento de asesinar a Pinochet en 1986. “Esa acción fue parte de la política de masas, porque había un sentimiento colectivo de que había que eliminarlo” dijo Gladys.
Sin embargo, tras el fracaso del magnicidio se consolidó el aislamiento del PC. “El temor a la fuerza organizada del pueblo aceleró la salida pactada” entre la dictadura y la oposición. También se produjo la división del FPMR, porque “algunos planteaban un enfoque militar y nosotros lo veíamos como una combinación con la lucha de masas”.
Con una tenacidad cercana a la testarudez Marín se resiste, hasta última hora, a llamar participar en el plebiscito del ‘88.
Finalmente, la presión ejercida por las bases comunistas que cogen el camino del voto obliga a sus dirigentes a sumarse al referéndum. En su libro, Gladys Marín no hace mayores referencias a ese importante episodio de la historia del país. Quienes se sumaron al éxodo comunista que se produjo en esos años, señalan que “al PC se le detuvo el reloj de la historia”.
Desde entonces, con mano férrea y rígidas convicciones, Gladys Marín gravita casi sin contrapeso en la carta de navegación del PC. Con la democracia ya reconquistada, los comunistas participan sin éxito en las diversas contiendas electorales. En las presidenciales del ‘93 bajan a Marín para levantar al sacerdote Eugenio Pizarro en un intento de ampliar el espectro de adherentes, pero sólo llegan a un 5%.
Una media docena de alcaldes y porcentajes de hasta un 15% en candidaturas senatoriales (obtenido por la misma Gladys en 1997) son los máximos logros a exhibir, pero que el sistema binominal se encarga de opacar.

El punto cúlmine de esta vía se produce en las presidenciales de 1999 cuando la ‘compañera Marín’ asume su propia candidatura. Aunque obtuvo apenas un exiguo y desilusionante 3,8%, nadie le puede arrebatar el honor histórico de haber sido la primera chilena en postular a La Moneda. Poco después, la ecologista Sara Larraín se trepó al mismo podio, pero su votación fue aún menor. Sin duda que la cerrada contienda de los dos candidatos principales –Ricardo Lagos y Joaquín Lavín- les arrebató una participación más meritoria.
Pero la vía electoral está lejos de ser el único camino de lucha escogido por la vehemente dirigenta del PC. Sus constantes denuncias y diatribas contra Pinochet le valieron, en 1996, una querella por injurias y calumnias del entonces comandante en jefe del Ejército.
Pasó varios días en la cárcel de mujeres hasta que la fuerte presión nacional y extranjera obligó al ex dictador a desistirse. Ella nunca se retractó.
Al contrario, presentó la primera de centenares de querellas en contra de Pinochet. Y también fue la primera en declarar en el proceso que el juez español Baltasar Garzón abrió contra el anciano general y a raíz del cual permaneció casi dos años detenido en Londres.
El 25 de septiembre de 2003 fue internada de urgencia a raíz de un fuerte dolor de cabeza y se le diagnosticó un tumor cerebral de gran agresividad. Viajó a Suecia para ser intervenida el 8 de octubre de ese mismo año. Once días después se trasladó a La Habana, Cuba, para iniciar un proceso de rehabilitación, pero con un diagnóstico que no le daba más de 18 meses de vida. En diciembre de 2004 regresó en el más absoluto silencio a Chile, sin dejarse ver en público. Sus últimas imágenes la muestran con un paño en la cabeza, signo inconfundible de las quimioterapias que no pudieron hacer retroceder al gliobastoma multiforme que inexorablemente volvía a crecer en la misma zona cerebral.

1 comentario:

  1. Camila: un personaje tan potente, se merece un trabajo mejor desarrollado.

    ResponderEliminar